domingo, 4 de septiembre de 2011

Destino Final 5 y el relato de lo innombrado

  Es complicado para los que nos gusta el género del terror justificar cuáles son las cualidades que vemos en él más allá de la diversión, la descarga de afrenalina, el morbo y esas cosillas. Más complicado aun si hablamos de sagas comerciales que llegan más allá de la tercera parte. Si dices, por ejemplo, que te ha gustado lo último de Saw los que te rodean asumirán que te gustan las vísceras en pantalla y que te has echado unas risas con los colegas mientras torturaban a jóvenes indefensos. Pero si acto seguido les complementas la información con un análisis superficial del uso de la focalización en el porno-terror y la evolución de su uso en esta saga en particular, la cosa cambia.

  Como ya estoy acostumbrado a esta escena, hoy voy a hablar un poco de las virtudes ultra-viscerales (más allá de la casquería) de lo último de una saga que ha basado su éxito, a primera vista, en inventar los modos más absurdos de matar a la gente, y según mi visión del cuento, en la confrontación de los relatos de terror clásico y contemporáneo. Esto es, mientras el miedo contemporáneo tiende hacia el nivel mostrativo como arma para espantar, los relatos siniestros hasta principios de siglo y, por lo tanto, las primeras décadas de la historia del cine, hablan más de lo innombrable del terror recurriendo a la imaginación del espectador/lector para producir imágenes de espanto (recordemos en este punto historias como la que da nombre a este blog, El hombre de arena, o La pata de mono).

  Destino Final plantea al espectador las piezas del puzle que conformarán la muerte de la víctima y deja durante varios minutos a la imaginación del espectador el juntarlas formando decenas de macabras visiones de destrucción corporal para finalmente elegir una de ellas (o inventarse una nueva). En este esquema, la primera parte, la de la imaginación, corresponde al relato clásico, y la segunda, al mostrativo contemporáneo, estableciendo un diálogo entre ambos modelos que reflexiona sobre el poder de lo innombrado en relación con lo nombrado, recalcado y subrayado hasta lo indecible.



  La quinta parte de la saga ahonda este trabajo de concluir el horror imaginado con un terror muy real y físico, y lo hace con una mayor dosis de planteamiento, una mayor preparación del escenario letal con un sinfín de piezas de puzzle para descolocar al espectador acerca del abusivo número de muertes que se podrían suceder. Esta amplia preparación contrasta con las, como siempre, rápidas y fulminantes muertes, que lanzan un mensaje claro al público: no es tan terrorífica la muerte ocurrida como conocer las muertes posibles, es decir, es más intenso el conocer los cientos de peligros que nos rodean en nuestra vida que la muerte accidental misma.

  El trabajo de focalización o punto de vista refuerza esta visión dando a conocer al espectador todos los elementos que podrían causar la muerte, mientras la futura víctima no es capaz de identificarlos. O lo que es lo mismo, al elevar nuestro punto de vista sobre el del personaje que va a morir se nos permite imaginar, al estilo clásico, los horrores que serían posibles en ese escenario, además de aumentar el suspense al dejar al protagonista sin el conocimiento de esos horrores.

   Este es un análisis muy superficial del subtexto genérico que sostiene esta saga de películas y esta entrega en perticular. Se podría ahondar mucho más en este tema, y sería aun más interesante entrar a explicar el trabajo narativo que hay en ellas (es en especial el análisis que se podría hacer del uso de la división de espacios, el fuera de campo y la profundidad y la pared de fondo), pero para una reseña de un blog ya vale con lo hecho.

Lo dicho, un poco más de perspectiva al hablar de un género tan complejo como el terror, que no solo Bergman sabía hacer subtexto.

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