sábado, 31 de mayo de 2014

Big Bad Wolves: Genio y no tanto genio

Big Bad Wolves soplete
Tengo que decir que siendo un gran fan de Rabies, la anterior película de Aharon Keshales y Navot Papushado, y habiendo ganado ésta el premio a Mejor Director en Sitges, iba con un montón de ganas al cine a ver Big Bad Wolves. Y las ganas se incrementaron considerablemente cuando vi la gozada que es la primera secuencia en cámara lenta con las niñas jugando por las siniestras ruinas de un edificio abandonado.

El problema es que los directores tienen un montonazo de problemas de ritmo, que es algo que ya pasaba en Rabies, que les hace muy complicado trabajar de manera correcta en los momentos de más calma y, sobre todo, hacer funcionar las transiciones de éstos con los de máyor intensidad. Vamos, que estos dos chicos israelís tienen una manera única y tremedista de grabar el terror, la tensión y la violencia pero se dan tremenda hostia cuando intentan hacer lo mismo en las secuencias preparatorias o más puramente de guion.

El problema de todo esto, y lo que hace a Rabies una mucho mejor película que Big Bad Wolves, es que mientras que en Rabies la mayor parte del metraje estaba centrado en las barbaridades que les iban ocurriendo a un grupo de jóvenes en un bosque, y por lo tanto la película se movía principalmente por el terreno que mejor dominan Keshales y Papushado, en ésta última un buen trozo (pongamos una hora) consiste en una preparación ambiental para la que los realizadores israelís no parecen estar preparados pero que lleva, alabado sea el señor, a unos cortísimos segundo y tercer acto en el que los directores vuelven a demostrar que son grandes a la hora de filmar los actos más crudos con una mezlcla única de humor negro, absurdo y furibunda violencia malsana.

Esta misma bipolaridad que nos hace encontrar en la película a ratos lo mejor del terror-tensión y a ratos lo más cansino del thriller se ve reproducido en el reparto, con un correcto Rotem Keinan en el papel de sufridor y un muy poco creible y pasado de rosca Lior Ashkenazi (hay que ver con lo bueno que es este hombre y lo que le cuesta aquí no salirse de la película cada dos por tres) en frente de dos interpretaciones monstruosas de Tzahi Grad y Doval'e Glickman dándole un nuevo sentido al concepto de monstruo entrañable (los pelos de punta con la escena del soplete, oigan).

Que los hachazos que le he dado a la película no lleven a nadie a engaño, que la he disfrutado bastante. Pero que sirva este texto como aviso a quien quiera meterse al cien a ver Big Bad Wolves: aquí váis a encontrar algunos enormes y originales toques del sadismo llevados con la mejor mano, pero también largos minutos cercanos al tedio de las intrigas de sobremesa.