lunes, 11 de julio de 2011

La obsesión por "M, el vampiro de Düsseldorf"

Hace unos días vi por primera vez (tarde, lo sé) “M, el vampiro de Dusseldorf” y la verdad es que más allá del talento narrativo de Fritz Lang y la genial estética expresionista que crea unas sensaciones impresionantes a través de sombras, no la vi la obra maestra que esperaba. Esencialmente la estructura de tres partes me pareció muy incoherente, algo que lastra el tono general que termina siendo algo impreciso y no termina de encontrar su camino entre la parodia (al punto del humor) de las investigaciones policiales, el film negro de los bajos fondos y el thriller terrorífico del asesino. Por eso en su momento no redacté una entrada sobre la película, porque me pareció un buen trabajo, pero sin ángel (por llamarlo de alguna manera).

Pero con el paso de los días me he ido dando cuenta de que algunas de las sensaciones de esta película se han abierto camino en mi mente y se me van apareciendo en plan obsesión varias recurrentemente. En cuanto pienso en algo relacionado con muerte, asesinos, miedo, terror, o algo parecido (y teniendo en cuenta mi tema de doctorado, es muy a menudo) se me presenta la imagen de M en las calles de Düsseldorf, su sombra, su cara de tímido horror y su enorme inicial blanca en la gabardina oscura. En particular la escena que se me ha clavado sin que me diera cuenta en el subconsciente es esa en la que la niña (siguiente víctima del asesino) le alcanza la navaja a su ejecutor que la mira con ojos de horror. El gesto rígido de Peter Lorre es la expresión de miedo brutal a lo que sabe que va a hacer y no puede evitar, la expresión que resume todo el discurso que debería articular el film: la inevitable maldad del enfermo que no encuentra su lugar en la sociedad, el terror del nefasto destino inevitable que se repite ad eternum.

No hay duda de que en su momento la capacidad de usar el sonido como elemento narrativo dentro de un cine que nunca había hablado fue un activo brutal de esta película, y nadie podría negar la efectividad aun hoy de esa melodía que M silva cuando está de caza, pero también es verdad que una mejor articulación del guión hubiera pasado por una reducción de la sátira sobre la labor policial en la búsqueda del asesino que centrara la atención en los dos elementos básicos de esta historia criminal: los violentos pero fuertemente reglamentados bajos fondos del cine negro y el profundo terror psicológico generado por el inquietante Peter Lorre… y su sombra.

miércoles, 6 de julio de 2011

Intereconomía mola todo

Lo confieso: soy un gran seguidor de Intereconomía. Y no de esos blanditos que lo escuchan en la radio un rato en el coche, o que se ven el telediario de vez en cuando. No, yo soy de los seguidores hardcore que además de la radio y la tdt (party) los sigue en las redes sociales y entra a diario en sus sites y blogs. Así de radical soy. La exposición a su nefasto “estilo periodístico”, que a otros seres humanos causaría úlceras sangrantes, estrés postraumático e incluso diarrea cerebral, a mí me resulta hasta placentera.

Si señores, obtuve placer al escuchar cómo sus tertulianos se desgañitaban hablando de cómo Rubalcaba debería expulsar a los perroflautas de Sol usando la fuerza que fuera necesaria. Obtuve placer cuando en sus medios digitales calificaban a los acampados del 15-M de sedicionistas, radicales, antisistema y violentos (bueno, y varias cosas más, pero mi tiempo es limitado). Obtuve placer cuando informaban sobre la pestilencia, parásitos y casi casi infecciones virulentas que campaban a sus anchas entre los extremistas de izquierdas que protestaban en las plazas de las ciudades españolas.



Pero todos esos momentos de gozo no fueron nada con el orgasmático momento en que los señores creadores de opinión de Intereconomía empezaron a cantar las alabanzas de otro grupo de jóvenes que también acampaban en Sol, que también protestaban en el centro de la ciudad bajo una tienda de campaña: los indignados pro-vida. Y lo más bonito de todo es escucharles hablar de lo buenos son estos jóvenes antiabortistas, de lo bien que lo están haciendo en comparación con los guarros de la otra acampada de Sol, la mala; de lo alegres y festivas que son sus manifestaciones en comparación con las anárquicas orgías de violencia que eran las de los rojillos originales y, en definitiva, que alaben con un gozo ilimitado el mismo comportamiento que hace tan solo mes y medio pedían que fuera castigado. 

Podría filosofar un ratillo sobre el porqué de mi disfrute de este tipo de comportamientos, pero la realidad es que mi interés en seguir a Intereconomía es el mismo que impulsa a otras personas a parar el coche para ver de cerca un accidente: el puro morbo por el cuerpo sangrante y deformado de la sociedad que permite campar a sus anchas a repartidores de odio y crispación. De comprobar que, como en las películas, los malos existen y son muy evidentes (incluso en su aspecto). Y de saber que por muy mala gente que yo llegue a ser, debería hacer cosas muy jodidas para medirme de tú a tú con cierto tipo de personas.

Gracias, Intereconomía, por hacerme sentir buena gente

martes, 5 de julio de 2011

El periodista multimedia, o cómo mandar a la mierda el periodismo

   Hace unos años (entre bastantes y tampoco tantos) la carrera de periodista tenía asociado un prestigio profesional interesante. No es que la gente te tirara pétalos de rosa por la calle o se te rifaran los empresarios, pero existía un cierto reconocimiento. Ser periodista era narrar al pueblo lo que ocurría en los centros de acción, estar en el momento de la noticia para contársela al mundo y divulgar la verdad tratando de dejar a un lado los intereses comerciales y políticos. Vale, es una visión muy de los mundos de la piruleta del periodismo, pero algo de eso había. En esa utópica época de hombres (y mujeres) de letras, los profesionales de los medios se repartían las tareas como una maquinaria bien engrasada (otra vez asoma el mundo de la piruleta): unos creaban los textos de la noticia, otros los dotaban de contenido gráfico y algunos tenían la misión de hacer que todo ese material llegara al público (estos serían los de marketing).

  El caso es que con la llegada y auge de lo digital y multimedia ya no se espera de un periodista que cuente las noticias con eficacia, veracidad (bueno, esto igual nunca pasó), objetividad, y la capacidad de dilucidar entre lo intranscendente y lo importante. Lo que se pide a los nuevos (y no tan nuevos) licenciados en ciencias de la información (nunca fueron menos ciencias que en esta época) es que sean capaces de redactar los contenidos, hacerlos llegar al público por los medios más diversos, dinamizarlos en redes sociales (con feedback, ojito) y posicionarlos en buscadores (lo que viene siendo el SEO). Llegando un poquito más allá, muchas empresas de medios y comunicación ya piden conocimientos de diseño gráfico, realización y edición audiovisual, medición y análisis de audiencias, locución, maquetación de textos e incluso tener nociones de lenguajes de programación (HTML, Java, PHP, o el que toque). Es decir, quieren que una persona sea periodista, diseñador, realizador, editor, esperto en marketing digital, SEO y SEM, community manager, blogger, locutor, y todo esto aderezado con los clásicos conocimientos de programación que aparecen en los temarios de cualquier carrera de letras (ejem). Esto es, a ojo, una persona capacitada para desempeñar funciones de siete u ocho profesionales. Y esto por no hablar de los que, de paso, piden a su personal que coordinen inserciones publicitarias y facturación… (de estos hay menos, a dios gracias).

  Cualquiera pensaría que con el pedazo de perfil que piden las empresas ofrecerán unos sueldazos acorde con los conocimientos del candidato, pero no es raro que la contrapartida a todo este caudal de funciones que se reclaman sea un contrato temporal mileurista o, mejor aún, un contrato de formación de la clase más peregrina que la gente de Recursos Humanos pueda encontrar (y por experiencia os digo que pueden sacarse de la manga cosas muy chungas). 

  No es complicado adivinar por dónde se van a tomar cualquier traza de las buenas prácticas periodísticas cuando tus funciones se multiplican y multiespecializan mientras tus condiciones laborales bajan hasta medirse de tú a tú con las de cualquier empleado de 16 años de un fast-food.

  Cabría preguntarse si la culpa de esta nueva situación es de los avances de la técnica que dejan obsoletos algunos perfiles profesionales, del público que tiene cada vez menos interés en sostener medios de comunicación a gran escala o de los accionistas y directivos de empresas de información que solo ven en esta nueva coyuntura la posibilidad de aumentar los beneficios reduciendo costes de personal explotando a los trabajadores

sábado, 2 de julio de 2011

Transformers: el Lado Oscuro de la Luna (y de la sala de montaje)

Cualquiera pensaría que con la cantidad de dinero que mueven este tipo de superproducciones hollywoodienses, los resultados a nivel técnico serían por lo menos correctos. Pero Michael Bay ha logrado parir uno de los engendros mayores del ya de por si mediocre cine blockbuster. Terminaría antes hablando de lo que funciona de esta película, que en esencia son los efectos especiales, un par de imágenes molonas y el nivel macarra del que se nutre en gran parte este cine adolescente de pim-pam-pum. Hasta ahí.

  La parte negativa es inagotable, pero lo que por encima de todo me amargó durante las 2 horazas y media que dura este crimen contra el séptimo arte fue el mal (nefasto y criminal) uso que hace del tiempo narrativo. Las elipsis innecesarias, mal explicadas y peor secuenciadas no solo aparecen entre las diferentes secuencias, sino que también abundan entre los consecutivos planos de la misma escena. Los resúmenes son en general confusos, innecesarios y poco afortunados. El conjunto de flashbacks de la primera parte de la película parecen pensados para explicar a una audiencia de desquiciados amnésicos las tonterías más evidentes, llegando incluso a presentarnos flashbacks que recuerdan escenas cinco minutos anteriores del metraje (¿tan idiotas nos creen?). El montaje merecería un monográfico sobre mala praxis audiovisual, pero dejémoslo en que su única capacidad es la de arrejuntar escenas de acción con acierto (para eso es una peli de acción, si ni eso saben hacer, apaga y vámonos), todo lo demás es hacer cortes al tun tun convirtiendo los cambios de escena (y en ocasiones hasta de planos) en espacios vacíos inexplicables.

No entro a juzgar el acierto a nivel de diseño de personajes (robóticos) aunque no será por falta de ganas de pegarle un repaso a  la estúpida funcionalidad del hecho de que el robot inventor tenga calva redondeada, pelo por la nuca y una especie de gafitas redondas para hacerle parecido al clásico buen inventor ligeramente chiflado que ayuda al héroe. Los personajes humanos, esos sí que son harina de otro costal. Son simples, planos y sus arcos argumentales sencillamente no existen. La película empieza en “llegan los malos” y termina en “se van los malos”, toda presencia humana en esta pelea es mera comparsa, porque ninguno de los sujetos de carne y hueso tiene ningún tipo de conflicto ni transformación. Si hacemos una foto del estado de los protagonistas en el inicio y otra de los mismos al final, el resultado es idéntico. La pareja LaBeouf - rubiadeturno (aka Rosie Huntington-Whiteley) comienza feliz hasta la náusea y con la chica un poco irritada por las inclinaciones superheróicas de su novio y exactamente así acaba. Los demás personajes sencillamente aparecen y desaparecen sin ningún sentido en absoluto y sin aportar nada a la historia (que ya sabemos que solo va de robots de sensibilidad plana). 

Podría seguir eternamente hablando de los fallos que esta película tiene a varios niveles, pero voy a concluir con la presencia de la rubia de turno que es como un gran resumen de todos los elementos del filme: innecesaria e incompetente. Es mala actriz, eso por descontado, pero tampoco tiene muchas oportunidades de demostrarlo, ya que la mayor parte de las escenas sale enseñando curvas a cámara lenta, en plano detalle de culo (de estos hay varios) y una toma espectacular (en el mal sentido de la palabra) de su anatomía a cámara lenta colocada en mitad de la batalla épica de los robots gigantes (un plano que no pinta nada que va editado como sigue: robot gigante machacando a otro pedazo de mole mecánica a ritmo de vértigo – tía jamona a cámara lenta – los valientes soldados saltan entre coches y metralla para evitar ser aniquilados, otra vez a ritmo vertiginoso). Asumo que el pibón de turno es esencial para cualquier producto palomitero, pero un guionista hábil y un realizador competente pueden sacarle partido para incluirla en la historia y dotarle de un valor en el metraje, ahí tenemos el ejemplo de Megan Fox, una tía eficaz, una bomba de carisma y un personaje con más chicha (dentro de los posible) que la rubia de labios pantagruélicos que termina de destrozar este aborto de ciencia ficción juguetera que ni a autoparodia llega.