martes, 5 de julio de 2011

El periodista multimedia, o cómo mandar a la mierda el periodismo

   Hace unos años (entre bastantes y tampoco tantos) la carrera de periodista tenía asociado un prestigio profesional interesante. No es que la gente te tirara pétalos de rosa por la calle o se te rifaran los empresarios, pero existía un cierto reconocimiento. Ser periodista era narrar al pueblo lo que ocurría en los centros de acción, estar en el momento de la noticia para contársela al mundo y divulgar la verdad tratando de dejar a un lado los intereses comerciales y políticos. Vale, es una visión muy de los mundos de la piruleta del periodismo, pero algo de eso había. En esa utópica época de hombres (y mujeres) de letras, los profesionales de los medios se repartían las tareas como una maquinaria bien engrasada (otra vez asoma el mundo de la piruleta): unos creaban los textos de la noticia, otros los dotaban de contenido gráfico y algunos tenían la misión de hacer que todo ese material llegara al público (estos serían los de marketing).

  El caso es que con la llegada y auge de lo digital y multimedia ya no se espera de un periodista que cuente las noticias con eficacia, veracidad (bueno, esto igual nunca pasó), objetividad, y la capacidad de dilucidar entre lo intranscendente y lo importante. Lo que se pide a los nuevos (y no tan nuevos) licenciados en ciencias de la información (nunca fueron menos ciencias que en esta época) es que sean capaces de redactar los contenidos, hacerlos llegar al público por los medios más diversos, dinamizarlos en redes sociales (con feedback, ojito) y posicionarlos en buscadores (lo que viene siendo el SEO). Llegando un poquito más allá, muchas empresas de medios y comunicación ya piden conocimientos de diseño gráfico, realización y edición audiovisual, medición y análisis de audiencias, locución, maquetación de textos e incluso tener nociones de lenguajes de programación (HTML, Java, PHP, o el que toque). Es decir, quieren que una persona sea periodista, diseñador, realizador, editor, esperto en marketing digital, SEO y SEM, community manager, blogger, locutor, y todo esto aderezado con los clásicos conocimientos de programación que aparecen en los temarios de cualquier carrera de letras (ejem). Esto es, a ojo, una persona capacitada para desempeñar funciones de siete u ocho profesionales. Y esto por no hablar de los que, de paso, piden a su personal que coordinen inserciones publicitarias y facturación… (de estos hay menos, a dios gracias).

  Cualquiera pensaría que con el pedazo de perfil que piden las empresas ofrecerán unos sueldazos acorde con los conocimientos del candidato, pero no es raro que la contrapartida a todo este caudal de funciones que se reclaman sea un contrato temporal mileurista o, mejor aún, un contrato de formación de la clase más peregrina que la gente de Recursos Humanos pueda encontrar (y por experiencia os digo que pueden sacarse de la manga cosas muy chungas). 

  No es complicado adivinar por dónde se van a tomar cualquier traza de las buenas prácticas periodísticas cuando tus funciones se multiplican y multiespecializan mientras tus condiciones laborales bajan hasta medirse de tú a tú con las de cualquier empleado de 16 años de un fast-food.

  Cabría preguntarse si la culpa de esta nueva situación es de los avances de la técnica que dejan obsoletos algunos perfiles profesionales, del público que tiene cada vez menos interés en sostener medios de comunicación a gran escala o de los accionistas y directivos de empresas de información que solo ven en esta nueva coyuntura la posibilidad de aumentar los beneficios reduciendo costes de personal explotando a los trabajadores

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